Boxeadores tocados
Joaquín Rábago
No sé por qué, pero las consideraciones de algunos políticos y medios
de prensa sobre la conveniencia, llegado el caso, de un gobierno de
coalición entre los dos partidos mayoritarios me han sugerido la imagen
de dos boxeadores tocados que se agarran uno a otro en el cuadrilátero
para no caer. Dicen que hay importantes círculos de poder interesados en
esa posibilidad: las empresas, la gran banca. Pero la pregunta que hay
que hacer es: «¿Y qué pintamos entonces los ciudadanos?». Están tan
acostumbrados los dos grandes partidos a la cómoda alternancia en el
poder, al reparto de prebendas y a ningunear de paso a los pequeños que
la posibilidad de que algunos de éstos puedan empezar a sacar cabeza
parece poner a muchos nerviosos. Hemos escuchado en calles y plazas
corear el grito, que muchos consideramos injusto e insultante, de «PSOE
y PP la misma m(?) es», y ahora vienen algunos políticos, entre ellos
ese viejo zorro que es Felipe González, a dar pábulo a esa idea.
Buena parte de lo que ocurre tiene una causa clara: la claudicación de la política frente a los grandes poderes económicos, que ya no son nacionales sino globales. Si quienes mandan en la política son ésos que llaman los mercados, es decir quienes hacen trabajar sólo al dinero, especulan y compran y venden empresas desde cualquier lugar del mundo, sin importarles lo que ocurra con sus empleados, entonces la democracia es sólo una palabra vacía. Y habrá que sustituirla por otras como plutocracia o la que sea. Esto es lo que ocurre por desgracia no sólo en España, sino en el conjunto de Europa, donde un tipo de capitalismo con fuerte componente social como era el renano pierde cada vez más terreno frente a otro, de inspiración anglosajona, competitivo e insolidario, para el que no cuentan la colectividad ni las personas, sino sólo los beneficios privados.
Cuando incluso la socialdemocracia parece haber perdido las ganas de defender el modelo que, con todos sus defectos, supuso años de prosperidad y paz social en Europa, es lógico que surjan otros partidos a su izquierda dispuestos a tomar el relevo en esa lucha. Y en lugar de intentar renovarse, abrirse a esas nuevas corrientes progresistas y democratizarse, lo peor que podrían hacer los socialistas es tratar de evitar la caída agarrándose a su principal rival. El fin de un bipartidismo tan injusto como el que soportamos no tiene por qué significar el fin de la democracia, sino tal vez, por el contrario, el comienzo de su recuperación.
Buena parte de lo que ocurre tiene una causa clara: la claudicación de la política frente a los grandes poderes económicos, que ya no son nacionales sino globales. Si quienes mandan en la política son ésos que llaman los mercados, es decir quienes hacen trabajar sólo al dinero, especulan y compran y venden empresas desde cualquier lugar del mundo, sin importarles lo que ocurra con sus empleados, entonces la democracia es sólo una palabra vacía. Y habrá que sustituirla por otras como plutocracia o la que sea. Esto es lo que ocurre por desgracia no sólo en España, sino en el conjunto de Europa, donde un tipo de capitalismo con fuerte componente social como era el renano pierde cada vez más terreno frente a otro, de inspiración anglosajona, competitivo e insolidario, para el que no cuentan la colectividad ni las personas, sino sólo los beneficios privados.
Cuando incluso la socialdemocracia parece haber perdido las ganas de defender el modelo que, con todos sus defectos, supuso años de prosperidad y paz social en Europa, es lógico que surjan otros partidos a su izquierda dispuestos a tomar el relevo en esa lucha. Y en lugar de intentar renovarse, abrirse a esas nuevas corrientes progresistas y democratizarse, lo peor que podrían hacer los socialistas es tratar de evitar la caída agarrándose a su principal rival. El fin de un bipartidismo tan injusto como el que soportamos no tiene por qué significar el fin de la democracia, sino tal vez, por el contrario, el comienzo de su recuperación.
Levante emv 20 mayo-2014
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